24 de junio de 2012

St. Vincent en la Sala Apolo de Barcelona el 20 de junio de 2012


Las apariencias engañan. Tú, que vas por la vida creyendo que ya sabes diferenciar el bien del mal, que sabes identificar a las personas con cinco minutos de conversación o casi con solo una mirada, te das cuenta que no tienes ni la menor idea y que te pueden seguir sorprendiendo, te guste o no. Eso es lo que me pasó en el concierto de St. Vincent de Barcelona.
Mucho antes de trabajar con mi blog Daltonicum, investigar y conocer nueva música requería de una ocupación temporal normalmente dedicada al tiempo libre, escuchaba aquellos sonidos heredados de una generación curiosa, naïf, valiente, y más mayor, y a algunos grupos más que me interesaban por mi necesidad musical y por amigos melómanos que me los presentaban. Pero desde que soy yo la que busco, experimento y me arriesgo a conocer y asistir a conciertos y a actuaciones de grupos que no son altamente conocidos en nuestro territorio vital, o más bien poco conocidos por los parroquianos locales, soy más feliz que una perdiz y es cuando las sorpresas no dejan de llegar. Así, ni corta ni perezosa, me presenté en el concierto de St. Vincent, el 20 de junio de 2012, en la sala Apolo de la ciudad condal, gentileza de su promotora en España, Cloudy Dog, sabiendo que esa mujer de frágil aspecto, pero con un demoledor toque de guitarra, no me iba a dejar indiferente. 

Mientras esperaba que empezara la actuación, me fijé en la sala Apolo y en su "no" paso del tiempo. Recuerdo que el año pasado, exactamente en la misma fecha, estaba sentada en el mismo palco a la misma hora, lo recuerdo muy bien porque fue justo después de la asistencia a los festivales del Primavera Sound y del Sónar, igual que este año, y de lo que implica mentalmente, igual que este año, pero en esa ocasión para ver a los The Pains of Being Pure at Heart, y me fijé que el paso del tiempo no había hecho mella en este mítico espacio musical y de amplias vivencias vitales de todos los barceloninos que se presten entre 20 y 40 años. Pero cuando digo que no pasa el tiempo lo digo hasta con miedo porque todos hemos cambiado en estos años, pero el Apolo no. Nada, sigue siendo rojo, rojo cabaret, sigue teniendo las mismas barras, el mismo escenario, y hasta los mismos camareros, que en algunos casos te vieron en estados que prefieres no recordar, y ellos también. Total, que mientras esperaba la llegada de Annie Clark y su comparsa rememoré y fotografié de nuevo ese lindo y mil veces visto “Apolo” y me dejé llevar por la melancolía de tiempos pasados. 

Pero como nada es eterno, y las esperas tampoco, finalmente apareció toda la banda newyorkina de St. Vincent, capitaneada por la dulce Annie, y mi cámara pasó de fotografiar espacios a fotografiar estrellas. La cantante y multiinstrumentista de origen tejano, muy contenta de estar en Barcelona y con mucha sencillez y gran acierto, empezó a entonar su setlist con una mezcla de dulzura y tonos agudos de voz que me recordaron a la cantante islandesa Björk, y, acompañada por una excelente banda, que es de agradecer, y un sonido de mucha calidad, que como he comentado en algún otro post, no es fácil de encontrar en salas pequeñas, nos fue llevando donde ella quiso, a un estado de ensoñación y despiste de lo que iba a suceder. La banda vino a Barcelona a presentar lo que ha sido su último trabajo “Strange Mercy”, aunque durante la actuación tocaron algunos de sus temas más conocidos del anterior trabajo, Actor, como el tema de apertura “Marrow”. Y así, confiados con aquella voz angelical, de repente, ¡zas! Annie empezó a tocar su guitarra con tal aire metalero que toda su dulzura se convirtió en fiereza, todo su timidez, en sensualidad, todo su retraimiento, en desfachatez y descaro. 
Y nos elevó y sacó nuestra parte más rockanrolera, adormilada después de tanto sintetizador, y nos recordó que la guitarra eléctrica está para eso, para electrificar los ambientes, para hacer bailar, para hacer vibrar. Y se lanzó a un público que la levantó, la protegió, la acompañó como se les hace a los grandes del rock, sin miedo a caerse porque estaba en un trance animal que no le permitía racionalizar, que sólo le permitía rugir. Y soltó todo lo que tenía, nos regaló toda su energía y se comunicó a través del lenguaje más increíble que existe, el lenguaje del rock and roll. Y así fue gestando una actuación cargada de intensidad y electricidad, incluido un momento instrumental con un theremín,  increíble y sorprendente. Después de todo esto, llegó la calma. Ya estabas en el limbo. Y así, esa fiera con aspecto de Caperucita, de Caperucita “rojo Apolo”, sensual y entregada, que se disculpó por su arranque de fiereza pero que en realidad lo que estaba era sometiéndonos, nos cantó sus canciones con su voz angelical pero nos las hizo experimentar a través de su  demoníaca guitarra. Y me sorprendió de tal forma que desde entonces llevo días sin parar de escucharla y, básicamente, queriendo tocar su theremín. Muchas gracias Annie. Gracias por recordarme que todo esto empezó con el rock and roll. ¡Suerte y larga vida! 

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